martes, 8 de diciembre de 2009

Religión mesopotámica

La religión en Mesopotamia: Los dioses y su mundo




Desde la primera parte del tercer milenio a. c. Los pensadores religiosos pusieron sus energias a convertir el conjunto desordenado de numerosos dioses en un sistema coherente. Fue así como surgieron los catalogos de dioses. En dichos catalogos, se mostraba a un dios mayor a la cabeza, y despues los dioses que le seguían en importancia. Los primeros textos sumerios nos hablan del esfuerzo de clasificación y sistematización realizado por los sacerdotes. En primer lugar se encuentra la triada de los grandes dioses. Posteriormente vienen los dioses planetarios. Existen además un gran numero de deidades de todo tipo.

El panteon mesopotamico es muy complejo. Existen más de un millar de dioses, que si bien en ocasiones solo es el epiteto de otro dios, en muchas ocasiones son entes diferentes. Las divinidades estan divididas en diferentes oficios, lo que nos habla de una sociedad especializada.

En la cumbre del panteon se encuentran An, soberano del dios superior pero que no tiene un papel importante en la vida cotidiana más que ser el padre de los dioses. Enlil, señor del aire atmosférico y monarca efectivo de los dioses y del mundo. Enki, a quien algunos interpretan como dios del “apsu” y del agua dulce subterranea, sin embargo Enki es el dios de la tierra, de los cimientos, erróneamente considerado dios de las aguas ya que, en la concepción sumeria, la tierra estaba asentada sobre el océano. deidad favorable a los hombres. Y por ultimo, una divinidad femenina de la cual se hablara posteriormente.

La sociedad divina era una calca de la sociedad humana. En los ya mencionados catalogos, encontramos el nombre de un dios mayor seguido de toda su descendencia y ascendencia, así como la lista de un gran numero de dioses menores (de ahí que el panteon mesopotámico sea tan numeroso) que tenían como función servir al dios mayor, eran quienes lo atendían a él y a su hogar, su sequito. Si bien el hombre era el sierto de los hombres (sobre esto se hablará más posteriormente), los dioses, así como las monarquias del área de Mesopotamia, contaban un gran grupo de dioses servidores, que iban desde su herrero hasta el encargado encargado del establo.

Al igual que los hombres, los dioses necesitaban de servidumbre, esto nos lleva a otro tema de gran importancia: la idea del hombre en la cosmovisón mesopotámica.

La función del hombre para la religión mesopotamica, queda expresada en el poema de Atrahasis, obra fechada al rededor del 1700 a. c. En esta se narra el origen de la sociedad humana.

Antes del tiempo de los hombres, los Dioses tenían que subvenir sus necesidades, y se formaron dos grupos, por un lado los dioses mayores, los Anunnaki, y por el otro los menores conocidos como Igigi, cuya función era servir a los primeros.(pp138) Sin embargo, estos se rehusaron a continuar en servidumbre, por lo que se sublevaron, lo que provocó que los Anunnaki necesitaran de otro ente que los cuidara y alimentara, por lo que crearon al hombre, ser inferior que no se revelaría.

Para su creación, utilizaron barro que regresaría tras la muerte y sangre de un Dios menor. Así pues, la finalidad del ser humano es la de servir a los dioses.

Seres despreciables y de corta vida, los seres humanos no tienen otra función que la de servidumbre a la majestad de los dioses, que le son infinitamente superiores, se les debe construir casas espléndidas, templos en donde residan por medio de sus estatuas, estas ultimas deben de ser alimentadas y paseadas en procesiones.

El mito de la creación del hombre tiene varias versiones. Una de ellas es la creación por medio de la arcilla (ya mencionada). En otro se dice que brotaron de la tierra como plantas. De cualquier manera, si bien es claro su condición de siervos, no hay que confundir esto con esclavitud, pues los hombres poseen también el Lamga; la sangre de los dioses. Así pues, el hombre es siervo de los dioses pero también su sus imitadores y colaboradores.

Raymund Justin afirma que la noción de pecado, elemento expiatorio y la idea del “cabrito emisario” no se encuentran en los textos, lo que confira la tesis de que los hombres no son solo servidores de los dioses.

Sin embargo, a pesar de esto, no hay que confundirnos y pensar que el hombre se veía como un igual a los dioses, pues estos eran vistos como la forma absolutamente superior a los hombres.

Los dioses eran vistos como autoridades supremas. Los hombres debían someterse a ellos, servirles, temblar ante su presencia, incluso temerles, pero nunca amarles. Eran señores altaneros, lejanos, pero jamas amigos.

El verbo amar (Râm en sumerio, ág en acadio) no tenía el mismo significado que tiene para nosotros. Los dioses no sucitaban pasión y ardor.

A partir lectura de varios textos religiosos mesopotámicos, podemos extraer su sentimiento religioso. Su religiosidad es sin duda muy diferente a la nuestra. No es Resultado de la fría razón sino de la exaltación religiosa pura. La divinidad en todas sus manifestaciones era algo grandioso, inaccesible para los hombres, dominador y temible. Lo divino provoca miedo, paraliza, no era objeto de una busqueda ansiosa y entusiasta. Si tal busqueda se daba era debido a necesidad de protección y ayuda, lo cual no significba de ninguna manera que se deseara su presencia por el mero placer de su compañia.

La tiara de cuernos había sido desde la antigüedad más remota, el emblema divino por excelencia. Tanto en Sumer, como en todo el cercano oriente, el simbolismo del toro había sido transmitido sin interrupción (había comenzado en el neolitico). La modalidad divina; era así definida por la fuerza y la trascendencia espacial, el cielo tempestuoso en el que retumba el trueno, este es asimilado con el mugido del toro.

Los dioses son los seres responsables del orden cósmico, y sus decretos y mandatos aseguran el buen funcionamiento del mundo natural y de la sociedad humana. Es por esto que los hombres deben de seguirlos. Estos mismos decretos determinan el destino de todos los seres y formas de vida, así como de toda empresa humana y divina.

La determinación de dichos decrtos se realiza con el acto del “Nam-tam”. Cada año nuevo, los dioses deciden la suerte de los doce que le siguen.

Si bien no se han encontrado textos comsmológicos como tales, se puede hacer una cierta reconstrucción de su mito de la creación. Nammu (la diosa femenina que se mencionaba anteriormente) cuyo pictograma es el mar promordial, se presenta como la “madre que engendró el cielo y la tierra”, es la “abuela que parió a todos los dioses”. Como en muchas otras religiones antiguas, las aguas primordiales vistas como una totalidad cósmica y divina se manifiesta. La masa acúatica es identificada con la madre original, que por medio de partenogénesis dio vida a la primera pareja: An (el cielo, y Ki (la tierra). Esta primera pareja cósmica fue dividida por su hijo Enlil, pues antes estaba unida. Así, An dye elevado al cielo mientras que Enlil llevó consigo a su madre.

Desde el primer milenio a. c. Consideraban como una esfera. En el centro estaba la tierra emergida, que se encontraba rodeada de agua salada, encima se hallaban cuando menos tres cielos. En el primero radicaban los dioses astrales, en el segundo los dioses celestiales (los igigi) y el superior es morada únicamente de An. Debajo de la tierra estan los tres mundos inferiores. El primero de ellos es la residencia de Nergal, la tierra de los muertos, El segundo el Apsu, hogar de Enki, y el último es el hogar de los Anunnaki.

Todo el círculo cósmico se encontraba rodeado del océano, siendo el mayor miedo que las aguas regresaran a su posición original en la cual los polos superior e inferior no estaban separados y las aguas revueltas impedian la vida de hombres y dioses a la vez (con excepción de los dioses acuaticos).

En los comienzos de la creación, El Dilmum era un lugar paradísiaco, en donde no existia la enfermedad, ni los males. Sin embargo, Enki, unido a la diosa Ningursag se encontraba dormido y su esposa virgen. Cuando este despierta, come de ciertas plantas, pero para poder hacerlo tenía que “enseñarles su suerte” es decir, brindarles una función. Este mito nos habla de como explica la aparición y la función que las plantas tienen en el mundo, así como del orden del universo.

Sin embargo, el orden cósmico esta sujeto a amenazas. La primera de ellas es la “gran serpiente”, que amenaza con llevar al mundo al caos por medio de los crimenes, faltas y errores de los hombres, que deben de ser expiados y purgados mediante ritos. Sin embargo, en la fiesta del año nuevo el mundo es recreado. Mediante el “hieros-gamos” de dos deidades tutelares de la ciudad; que son representadas por sus correspondientes imagenes o por el soberano que se convertía en esposo de Inanna y encarnción de Dumuzi, se actualizaba a la comunión entre el dios y los hombres, de esta manera se comunicaba directamente la energia divina a la ciudad, se santificaba y aseguraba su prosperidad y bienestar durante todo el año que comenzaba.

En el mito del descenso de Inanna al infierno, según el cual la diosa desciende a la tierra de los muertos, y trás una serie de acontecimientos, regresa a cambio de dejar un remplazo, para el cual es elegido Dumuzi o Tammuz en la versión acadia.

Aqui encontramos la explicación mítica del matrimonio del rey con la diosa, los reyes encarnan a Dumizi, lo cual implica la muerte ritual del rey. Sin embargo, el remplazo de Inanna solo se quedaba la mitad del año, la otra mitad era suplantado por su hermana. Es un ciclo agricola de vida/ muerte. El mundo debe de morir para poder ser restaurado. Este misterio se convierte en una explicación unitaria del mundo, rige los ritos cósmicos, el destino humano y las relaciones con los dioses. Durante la fiesta de año nuevo, el monarca consolida durante un nuevo periodo de tiempo, el mundo ordenado, el rey; si bien no tiene una divinidad tan notoria como el faraon egipcio, cumple varios papeles sagrados: es esposo de una diosa (Inanna), mediante esta hierogamia, se potencia el crecimiento vegetativo. Se denomina como hijo de la divinidad.

En el mito del descenso de Inanna al infierno, según el cual la diosa desciende a la tierra de los muertos, y trás una serie de acontecimientos, regresa a cambio de dejar un remplazo, para el cual es elegido Dumuzi o Tammuz en la versión acadia.

Aqui encontramos la explicación mítica del matrimonio del rey con la diosa, los reyes encarnan a Dumizi, lo cual implica la muerte ritual del rey. Sin embargo, el remplazo de Inanna solo se quedaba la mitad del año, la otra mitad era suplantado por su hermana. Es un ciclo agricola de vida/ muerte. El mundo debe de morir para poder ser restaurado. Este misterio se convierte en una explicación unitaria del mundo, rige los ritos cósmicos, el destino humano y las relaciones con los dioses.

El mito del diluvio tiene una función similar a la fiesta de año nuevo. Su función es la de regenerar a un mundo que; por el simple hecho de estar vivo, se deteriora graduakmente y termina desapareciendo, por lo cual el diluvió tiene la función de dar fin a un mundo viejo y de una humanidad pecadora para la restauración de la creación.

Al igual que las ciudades y templos, las instituciones; sobre todo la monarquia, venían de los dioses, así como sus emblemas: la tiara y el trono. Trás el diluvio, esta fue traída por una segunda vez a la tierra.La construcción de los templos era una fiesta de mayor importancia que la del año nuevo. Era también una reiteración de la cosmogonía, pues el templo es la “imago mundi” por excelencia. Los modelos del templo y de la ciudad son trascendentales, ya que tienen una preexistencia en el cielo. Según el mito, despues de la creación del hombre, uno de los dioses fue fundador de las cinco ciudades, las construyó en lugares puros, les otorgó su nombre y las desginó como centros de culto.



BIBLIOGRAFÍA.

BOTTERO, Jean, “La religión más antigua: Mesopotamia” España, Trotta, 2001, pp. 268



DIEZ DE VELASCO, Francisco “Hombres, ritos y dioses. Introducción a la historia de las religiones”España, Trotta, 1995, 1° ed. pp. 566



ELIADE, Mircea, “Historia de las creencias y las ideas religiosas I, de la edad de piedra a los misterios de Eleusis” España, Paidos, 1999, pp. 662

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